lunes, noviembre 01, 2004

Las cinco del viernes

1) ¿Quién fue tu primer mejor amigo/a? ¿Cómo lo/la conociste? ¿Aún os habláis?
Pues creo que mi amiga Mayte.
La conocí cuando éramos unas niñas de 5 años en el cole.
Sí, claro que nos hablamos. Nos vemos de vez en cuando. Cada una tiene su vida, pero cuando estamos juntas parece que no ha pasado el tiempo.

2) ¿Tienes un(a) buen(a) amigo/a que no lo hayas conocido en el colegio, trabajo o que viva cerca de tu casa?
Sí, tengo algunos. Los que he conocido por la red, por ejemplo.

3) ¿Alguna vez te enamoraste de tu mejor amiga/o? ¿hubo rollo? ¿Funcionó?
No, nunca. Separo instintivamente el amor de la amistad.

4) ¿Tienes algún(os) enemigo(s) declarados? ¿Por qué razón?
Pues que yo sepa a ciencia cierta, no. Pero sé que tengo enemigos no declarados. La política genera muchos odios, por ejemplo. Algunos del PP de mi pueblo, me odian, aunque yo ni he hablado con ellos.

5) ¿Te ha traicionado un amigo/a? ¿Qué te hizo? ¿Lo/la perdonaste?
Sí, la verdad es que sólo me he sentido traicionada una vez.
Él traicionó mi confianza.
Perdonar, supongo que sí. Pero no doy segundas oportunidades.

El amor más puro

No hay amor más puro que el que se entrega sin pedir nada a cambio.
Ese amor yo sólo lo he encontrado en mí hacia mis hijos.
Por las noches, después de leerles un cuento, siempre les digo que les quiero, como si con ello ahuyentase el fantasma del abandono. Porque sé que ellos me dejarán para vivir su propia vida. Así debe ser.
No hay nada mejor que cuando mi hijo, casi a punto de sucumbir al sueño, me dice, vamos a decirnos que nos queremos... Entonces siento que todo tiene sentido, el esfuerzo, la angustia y el abatimiento de vivir sola con ellos. Una soledad elegida y deseada que me devuelve un manatial de colores que veo, casi a diario, en los dibujos que me regalan y que inundan la puerta de la nevera.
Sus manitas en mis manos, andando, no sabemos muy bien hacia dónde, pero sí sabiendo hacia dónde no queremos ir.
Sus cuerpos cálidos en mi cama los fines de semana, en ese permiso que les concedo de modo ficticio a regañadientes, apiñados contra mí, recordándome que, en efecto, hubo un tiempo en que éramos uno y que el cordón emocional late aún más intenso que el umbilical.
A veces tengo miedo de mí misma, de ese animal que se despierta dentro de mí, que no racionaliza y que sólo atiende a la defensa de sus cachorros. Quererles más allá de esta vida se me hace poco.
Por eso, a veces unimos las manos y decimos: "Siempre". Y esa noche sueño que quizá, sólo quizá pueda ser posible.