sábado, enero 09, 2010

BLACK SPACE TWO.

Todos tenemos un lado oscuro. El que lo niegue, está mintiendo.




Tengo un amigo al que cada vez reconozco peor.
Pasábamos largas horas hablando cuando él se acercaba  a los 30 y yo a los 40. Me gustaba mucho su conversación con toques nihilistas, alojado en la soledad de los incomprendidos, despreciando los valores vulgarizados. Me bebía sus palabras, la cadencia de su tono, la poesía de sus gestos. Él era frío y yo era distante.
Pero ocurrió un día. Ese misterio que de repente quiebra una distancia, crea un lazo, aproxima infinitos. Se sentó al piano y tocó. No para mí, él no sabría cómo. En aquella habitación en la que la claustrofobia era una realidad, se deshicieron las paredes y creí verle el alma.
Desde entonces yo me sentí cercana, me sentí amiga.
Hace ya casi ocho años...
Pero en los últimos tiempos ha cambiado. Ha roto su discurso, se ha plegado, toma antidepresivos.
Le llamo por teléfono y dice que recibe familia y amigos en casa, que se relaciona con todos y vuela a Miami a conocer a la familia de su mujer cubana y yo miro mi móvil por ver si me he equivocado de número.
-Es otra fase, querida- me dice.
Y yo le entiendo. Y le añoro. Prefería las tardes turbias en las que casi veíamos esperanza y hacíamos acopio de utopía brindando por la revolución del espíritu.
Nunca nos tocamos, quiero decir como amantes. Nunca deseé su cuerpo, pero sí anhelaba su mente.
Ahora, sumergido en su lado oscuro, frecuenta bares y comenta la política cotidiana.
De lejos, bajo los copos de nieve, le observo y espero, por si se le ocurre volver.

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